Augusto Pansard: un pollinico (1966-2024)

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MÁLAGA, 12 DE JULIO DE 2024.- Hablar de Augusto Pansard Anaya (1966-2024) es versar sobre un pollinico. Creció en el seno de nuestra hermandad al llevar en sus manos una palma y en sus hombros, durante décadas, a Jesús a su Entrada en Jerusalén. Desde su tierna infancia estuvo ligado a la cofradía y, año tras año, recibió su equipo de carguito o hebreo para salir en procesión. Sus recuerdos cofrades están ligados a Pollinica desde siempre.

A Augusto se le podía conocer en una de sus múltiples facetas: como abogado profesional, como profesor de Derecho en la Universidad de Málaga, como parte de los programas radiofónicos de la Semana Santa y como parte activa de las mismas cofradías. Hermano de la Vera Cruz de Almogía y de la Sentencia, teniente hermano mayor de la hermandad de la Piedad y consejero de nuestra corporación nazarena, siempre estuvo dispuesto a colaborar con su inquebrantable sentido del servicio. En la pasada Cuaresma tuvo el honor de ser el pregonero de la Semana Santa de Málaga y, en estos últimos años, fue el lector de la estación de penitencia de Pollinica en la mañana del Domingo de Ramos al paso de nuestras Sagradas Imágenes por la plaza del Obispo.

Su compromiso con Pollinica se trasladó también a su familia, que sintió la cercanía del Señor que ya le bendice y que encontrará, en nuestros brazos fraternos, el consuelo necesario y el recuerdo de quienes disfrutaron de su presencia.

Jesús a su Entrada en Jerusalén, María Santísima del Amparo y San Juan Evangelista cuidan ya de nuestro hermano. A ellos les pedimos que le acojan en su Reino junto a los pollinicos que ya gozan de la plenitud eterna.

El velatorio se realizará en la capilla 7 del Cementerio de Málaga.

(Fotografía de portada: Agrupación de Cofradías de Semana Santa de Málaga).

Del pregón de la Semana Santa de Málaga 2024

Yo guardo con mimo esa hora en que mi destino se cruzó con Él. Entró en mi vida a lomos de un pollino, de una borriquilla, como un día hizo en Jerusalén. Incendió mi corazón, como una cerilla prende la tea. Echó su red sobre aquel chavea…y ya nada fue lo mismo.

No exagero si os indico que, desde aquel principio, ante todo yo ya era pollinico, y al revés que otros chicos, disimulaba una fiebre o escondía una gripe, vaya a ser que la cosa se fastidie y no me vea yo en la torre de San Felipe, para recoger mi equipo, y poder acompañarle en mi bautismo, en mi bautismo caminante.

No es que se hiciera mi compañero de camino, es que se hizo el camino mismo. A Su lado me sentía el rey del mundo, y la gloria, la gloria era ese minuto fecundo de aquella mirada primera en aquel domingo de primavera cuando yo, vestido con mi túnica y faraona, rendía mi palma, el mejor tesoro que yo nunca tuviera. La lucía como la mejor de las banderas, orgulloso, llenito de alegría y de esa insolencia que me permitía la inocencia que también yo estrenaba aquel día.

Desde entonces, yo le esperaba siempre en mi orilla, vestido con la gala del damasco, o levantando la quilla de su barco que era mi capillita callejera. Ese barco tiene por vela una palmera que le cobija, rosa datilera de los vientos que marca el rumbo al más seguro de todos los puertos, a los que bajo ella, como yo, buscamos con urgencia el refugio perfecto ante todas las turbulencias. Y le esperaba en mi orilla con mi barquita varada, cuando todo callaba para oír como, con esa infinita mirada, con aquella carita de Dios hecho Hombre, Él, Él se acercaba y, sin decir nada, a mí me parecía que sonreía…incluso que había dicho mi nombre.

Y nunca te has bajado ya de mi jábega y, junto a Ti, busco mi otro mar. Te sigo, Pescador, cuando echas la red al navegar, y vas surcando las calles de mi vida. Te sigo transitando mis avenidas pobladas de dudas que aguardan tus infinitas certezas. Te sueño, Pescador, cuando recuesto en tu hombro mi cabeza, cuando me acompañas en mis andanzas, de mi hoy y de mi mañana, formando conmigo esa alianza que no permitas por nada que yo deshaga.

Me sigues, Pescador, porque me quieres al ladito tuyo, y aunque a Ti Te parezca que huyo, Tú, Tú no me hagas caso, que sin Ti no soy nada. Me sigues en mi barca o en una estampita debajo de una almohada, a los pies de una cama de hospital o guiando las manos de una cirujana.

No dejes que dude, que solo Tú me infundes la fuerza cuando no llego, el valor cuando tengo miedo, la confianza cuando pienso que todo se acaba y unos brazos de padre, abiertos, para cuando de verdad, para cuando de verdad todo se acabe. Pero sobre todo, me diste el mejor de los regalos, haciendo que mi corazón se taladre por un amor de madre. Y qué madre…

Esa, esa que, en el jardín de sus manos, que no hay mejor jardín para la mejor semilla, lleva una rosa que siendo rosa, un día se volvió amarilla. Es el milagro primero de una sonrisa que ya divisa el martirio venidero. Dejadme os diga, hermanos, que en el jardín de sus manos, hay una rosa amarilla que brilla en mis adentros y yo sé que en la misma orilla del Pescador siempre me la encuentro. A Ella.

Porque Ella es la chiquilla que ocupa el centro de mi vida sin remedio. Hay una rosa amarilla en sus manos. Capilla y sagrario de prodigios y mil maravillas que detienen las manecillas de mis días y las hojitas de mi calendario. A mi madre, Esa que lleva en sus manos una rosa amarilla y mi alma en ella prendida, amor yo le declaro. Ella se llama María, pero yo, verán ustedes, pero yo le llamo Amparo.